El siguiente estudio de caso presenta un ejemplo clínico real del uso de la PSI™ (Psicología Somática Integral) para detener rápidamente los ataques de pánico. El trabajo con una mujer joven que sufría ataques de pánico es un extracto del libro de Raja Selvam titulado Corporizar las Emociones.
Petra empezó a sufrir ataques de pánico cuando tenía siete años. Recuerda que estaba jugando sola en su habitación cuando oyó una voz que le hablaba desde el lado derecho de la zona inferior de su vientre: “Petra, ¡es hora de que mueras!”. Este fue el comienzo de catorce años de sufrimiento que incluyeron ataques de pánico, depresión, problemas en la escuela y estrés en trabajos mal pagados después de terminar el instituto. Petra iba a trabajar, volvía a casa, comía y dormía hasta doce horas al día. No quería que sus padres salieran de casa y la dejaran sola porque no se sentía segura. Cuando la vi por primera vez, estaba en Holanda impartiendo un curso de seis días. Al final del primer día, su tío, que era asistente en el curso, me pidió que la viera para determinar si podía ayudarla.
Lo que más recuerdo de aquel primer encuentro es lo desanimados que parecían estar sus padres. Era normal que no tuvieran esperanzas. Petra era su única hija y habían hecho todo lo posible por ayudarla: médicos, psiquiatras y psicoanalistas. A los veintiún años, Petra ya había pasado por dos tratamientos psicoanalíticos y tomaba múltiples medicamentos. Cuando le dije que podría verla como máximo dos veces durante mi corta estancia en su país, y que tal vez tendría que hacer un trabajo de seguimiento con el profesional al yo la remitiera, Petra fue muy clara conmigo; me dijo que no quería hacer más psicoterapia. En lugar de insistir en que aceptara ver a otro terapeuta para asegurarme de que recibía la atención adecuada después del trabajo que íbamos a hacer juntos, le dije que tenía muchas más posibilidades de mejorar si practicaba lo que le había enseñado durante nuestras sesiones.
El trabajo que otros colegas y yo realizamos en aldeas pesqueras indias entre los supervivientes del tsunami de 2004 me había enseñado que los clientes podían participar activamente en su propia curación. Durante los dos años posteriores a aquella devastadora catástrofe natural, dirigí cinco equipos internacionales de terapeutas en el estado de Tamil Nadu con el fin de ofrecer tratamientos, educación y formación a los supervivientes y a quienes colaboraban en su recuperación. Las encuestas de seguimiento de uno de nuestros viajes a la India revelaron que los encuestados que practicaban las habilidades que habían aprendido durante las sesiones de tratamiento mostraban una mayor probabilidad de reducir sus síntomas.
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Síntomas de un ataque de pánico
El tío de Petra me había contado que, al poco de nacer, la habían operado dos veces para corregir un defecto congénito que ponía en peligro su vida. El defecto estaba localizado en su intestino grueso, el mismo lugar del que parecía proceder la voz que anunciaba la hora de su muerte. Yo sentía curiosidad por saber cómo esa zona podía estar implicada en la formación de sus ataques de pánico. Sabía, por mi propia experiencia y la de las personas a las que he tratado, que los síntomas a menudo implican patrones disfuncionales en aquellas partes del cuerpo que han sufrido más carga traumática. Un ejemplo de mi propia vida es el siguiente: debido a que estuve a punto de morir durante mi propio parto porque estuve atrapado durante mucho tiempo en un canal de parto demasiado estrecho para mi cabeza, siempre que mi grado de estrés físico o emocional aumenta más allá de cierto límite, el lado derecho de mi cabeza tiende a constreñirse y a sentirse incómodo. Este síntoma es menos evidente ahora que antes, pero sigue haciéndose notar.
Causas subyacentes de los ataques de pánico
Le dije a Petra que era posible que los patrones traumáticos no resueltos de las operaciones que le hicieron para salvar su vida tuvieran algo que ver con sus ataques de pánico. No se sorprendió, pues uno de sus dos psicoanalistas ya había establecido esa conexión. Le expliqué que no es raro que la energía se concentre en la zona del cuerpo que ha sufrido un trauma, aumente su intensidad hasta que alcanza un determinado límite y desencadena un síntoma, como un ataque de pánico, con el fin de reducir la intensidad y generar alivio. El nivel de intensidad en el que se forma el síntoma también se denomina umbral del síntoma.
Le sugerí lo siguiente como tratamiento y como protocolo de autoayuda: siempre que sintiera estrés en su vida, independientemente de la causa, debía aprender y practicar modos de distribuir el estrés en su cuerpo. El objetivo era evitar que el estrés se acumulara y concentrara en la zona abdominal inferior derecha más allá del umbral de los síntomas, pues esto podía desencadenar la aparición de aquella voz y el consiguiente ataque de pánico.
Una práctica para resolver los ataques de pánico
Para empezar, decidimos practicar cómo podía afrontar su situación laboral, ya que su jefe era a menudo una fuente de estrés. Le pedí que imaginara una interacción difícil con él y que notara la acumulación de constricción, activación, estrés y malestar en la zona abdominal inferior derecha. Le guie para que trabajara con las defensas fisiológicas de su abdomen y piernas para que, empleando herramientas sencillas de conciencia, intención, movimiento y contacto con su propio cuerpo, pudiera redistribuir la activación, el estrés y el malestar desagradables que sentía en el abdomen hacia las zonas adyacentes de las piernas. La invité a notar cómo esto ayudaba a aliviar la intensidad del malestar en la zona abdominal y cómo esa zona acababa por asentarse.
Todo esto no le llevó mucho tiempo. Le pedí que practicara diariamente lo que habíamos hecho durante la sesión siempre que se sintiera estresada, independientemente de la causa, y que volviera dentro de cinco días, el último día de mi curso. Durante el tratamiento, encontré a Petra bastante receptiva a mis sugerencias, pero también algo escéptica, lo cual era comprensible dado el tiempo que llevaba sufriendo sin encontrar alivio.
Cuando volvió a los cinco días, noté un cambio en ella. Parecía estar de mejor humor. Le pregunté si había podido poner en práctica lo que había aprendido en la sesión anterior y qué cambios, si los había, había observado en ella desde entonces. Me contó que hacía “el ejercicio” con regularidad y que su madre había observado que su energía había mejorado. Sin embargo, lo que me contó a continuación me sorprendió. Petra llevaba toda su vida sufriendo un grave estreñimiento y solo era capaz de evacuar una o dos veces a la semana y con mucha dificultad. Desde nuestra sesión, sin embargo, se sentía muy aliviada porque podía ir al baño con facilidad y regularidad todas las mañanas. El “ejercicio” parecía haber funcionado, dijo, y añadió que lo hacía tan a menudo como podía. Ahora creía en “el método” y estaba deseando aprender más sobre él.
El método que le enseñé se basaba en lo que observé que le funcionó bien en la primera sesión y era simplemente este: cada vez que sintiera que se le acumulaba tensión en el abdomen, debía mover las piernas para aliviar cualquier constricción en ellas. A continuación, tenía que colocar una mano en el abdomen y la otra, primero en una pierna y luego en la otra. Esto servía para atraer la energía hacia abajo y distribuirla más uniformemente entre el abdomen y las piernas. Después tenía que observar los cambios que se producían en su cuerpo, en especial si mejoraba. Por ejemplo, el alto nivel de activación podía descender automáticamente y sentir una mejoría física general.
Síntomas psicofisiológicos
Años más tarde, esos cambios rápidos en síntomas que, en algunos clientes, son persistentes y graves, ya no me sorprenden tanto como cuando vi a Petra, incluso en el caso de síntomas como el asma, la migraña o el dolor crónico, siempre que sean de origen psicofisiológico. Las personas pueden desarrollar síntomas psicofisiológicos graves, como la fatiga crónica, con niveles bajos de estrés emocional. Los síntomas psicofisiológicos (antes denominados “psicosomáticos”) son síntomas físicos causados o exacerbados por problemas psicológicos. (En este artículo se utiliza el término “síntomas psicofisiológicos” en lugar de “síntomas psicosomáticos” porque este último término ha adquirido el significado negativo de ser únicamente una cuestión mental). Enseñar a las personas a experimentar el estrés emocional de una forma más distribuida y regulada dentro del contenedor o espacio más amplio del cuerpo puede lograr una serie de resultados beneficiosos, como son:
- Crear una mayor capacidad de lidiar con el sufrimiento emocional, lo que contribuye a aumentar el umbral o nivel de tolerancia a partir del cual se desarrollan los síntomas.
- Disminuir el nivel de estrés y desregulación y aumentar el nivel de autorregulación en todo el organismo.
- Aumentar la conexión del cuerpo con el entorno, mejorando la posibilidad de regulación interactiva.
- Resolver los síntomas más rápidamente y acortar el periodo de tratamiento.
- Conseguir que el organismo de una persona sea más resiliente, de modo que los síntomas no se formen tan fácilmente ante factores estresantes; y, si esto ocurre, puedan resolverse más rápidamente.
Corporización emocional
Por aquel entonces, sabiendo menos de lo que sé ahora, no podía descartar la posibilidad de que la corrección del estreñimiento de Petra fuera solo una “curación por transferencia”, es decir, una curación repentina que puede ocurrir porque el cliente idealiza al terapeuta o el método, y que no siempre perdura. Dejando de lado esta posibilidad, en mi segunda sesión con ella me centré en el trabajo que podíamos hacer antes de que me fuera del país al día siguiente. Parecía que había venido preparada para meterse de lleno y hacer todo lo que pudiera, animada por lo que había sido capaz de conseguir en solo una semana. En cuanto empezamos a procesar una situación estresante en su vida, me informó de una sensación más coherente de miedo que emergía en la zona de su pecho.
Las emociones corporales suelen aflorar primero en la zona del pecho. El hecho de que Petra pudiera sentirlo ahí (y tan rápido) era una buena señal de que había desarrollado una mayor capacidad para no cerrar su cuerpo ante la difícil emoción del miedo. No es raro que las personas sigan sanando por sí mismas y desarrollen una mayor capacidad emocional cuando aprenden a utilizar más el cuerpo para procesarlas.
Podemos considerar la emoción como una evaluación de cómo una situación afecta o repercute en el bienestar de todo el cuerpo. Esto implica que, cuanto más distribuido esté el impacto por todo el cuerpo, más fácil será tolerarlo subjetivamente. Tenemos tendencia a utilizar defensas físicas y energéticas, como la constricción, para limitar las emociones a unas cuantas zonas del cuerpo como forma de afrontarlas. Todos tenemos tendencia a recurrir con bastante frecuencia a esta estrategia de alivio, en un intento equivocado de reducir nuestro sufrimiento necesario. Es muy comprensible, dada nuestra aversión común a las experiencias desagradables.
Las defensas físicas y energéticas contra las emociones, como la constricción, la baja activación o el adormecimiento, pueden interrumpir los diversos flujos (sanguíneo, del sistema nervioso, linfático, del líquido intersticial o intercelular y de la energía electromagnética y cuántica), vitales para la regulación del cerebro y del cuerpo, y para el bienestar físico y psicológico.
Expandir el cuerpo para frenar los ataques de pánico
Utilizo la expresión “expandir el cuerpo” en este contexto para referirme al trabajo de deshacer tales defensas físicas y energéticas, con el fin de desplazar todos esos fluidos vitales de una parte del organismo a otra, y así ayudar a distribuir las experiencias emocionales por otras zonas del cuerpo; con ello conseguimos hacerlas más soportables y mejorar el nivel de regulación del cerebro y del cuerpo para resolver los síntomas psicofisiológicos.
A medida que enseñaba a Petra a “expandir” su cuerpo para ampliar también la emoción del miedo, permanecer con él y tolerar las sensaciones en otros lugares de su cuerpo, el nivel de miedo, así como la activación psicofisiológica se volvieron extremadamente altos, tanto que me pregunté si no la habría impulsado a abrirse demasiado y demasiado rápido. Me preocupaba mucho que pudiera descompensarse o desmoronarse durante o después de la sesión.
Estuvimos allí mucho tiempo –Petra, su tío, que estaba observando la sesión, y yo–, aguantando mientras el miedo se convertía en terror, una respuesta claramente desproporcionada con respecto a la situación con la que habíamos empezado. Conseguí que Petra dividiera su atención entre lo que estaba experimentando dentro de su cuerpo y lo que percibía en su entorno, reduciendo así la intensidad subjetiva de su sufrimiento. Para introducir la atención plena en la sesión, le pedí que hiciera afirmaciones como “mi cuerpo tiene miedo; yo no”. Interpreté que, para ella, el miedo era posiblemente el miedo a morir tras su nacimiento a causa del defecto congénito y de las intervenciones quirúrgicas. Esto le proporcionaba un marco significativo para contener su miedo. Así, conseguía afianzar el hecho de que lo que sentía no era miedo a lo desconocido en el presente, que resultaría más difícil de contener, sino una respuesta de miedo a una situación del pasado.
El trabajo con las defensas fisiológicas y psicológicas
Ante todo, permanecí centrado en el trabajo con las defensas fisiológicas y psicológicas contra su terror para que pudiera expandir su cuerpo de la forma más regulada posible. Esto permitía que se pudiera distribuir la emoción a la mayor parte posible de su cuerpo (el resto del pecho, el abdomen, los brazos, las piernas, la cabeza, el cuello, la columna vertebral, el cerebro, la parte delantera del tronco y la espalda). Con ello, pretendía gestionar, pero no eliminar, los estados de estrés fisiológico y desregulación inherentes a la generación y experiencia de emociones desagradables como el miedo. El propósito era que Petra experimentara la emoción de la forma más regulada y tolerable posible.
La idea de que el cuerpo está implicado en las emociones puede sonar extraña a quienes han aprendido que el cerebro es lo único que interviene en la experiencia emocional. La idea de que todo el cuerpo pueda estar implicado en una experiencia emocional puede sonar extraña incluso a quienes no discuten el papel del cuerpo en la emoción. Sin embargo, las últimas investigaciones sobre las emociones han demostrado que la experiencia emocional no solo depende del cerebro, sino también de todo el cuerpo y su entorno. Una vez que aceptamos la idea de que todo el cuerpo puede estar implicado en la experiencia de una emoción, es fácil imaginar cómo hacer más uso del cuerpo para procesar una emoción puede ser ventajoso para uno mismo, aunque la explicación científica pueda ser ciertamente compleja.
Resolver los síntomas psicofisiológicos de forma sorprendentemente eficaz
Fue una sesión especialmente difícil y larga para todos los implicados, con mucha incertidumbre sobre si resultaría útil o perjudicial para Petra. Yo no tenía entonces la confianza que tengo ahora en que este método pudiera o fuera a funcionar, pero, en cierto modo, no tuve elección. El intenso sufrimiento apareció de repente y tuve que ayudarla a controlarlo de alguna manera para evitar otro ataque de pánico. Por aquel entonces, solo tenía ciertas garantías teóricas: de la neurociencia, el hecho de que las emociones podían implicar potencialmente a todo el cuerpo; del psicoanálisis intersubjetivo, que la curación implicaba una mayor tolerancia a los afectos; de la terapia cognitivo-conductual, que la curación a veces implicaba una exposición prolongada a un sufrimiento intenso; de la psicología junguiana, que la curación implicaba el desarrollo de una mayor capacidad para tolerar los opuestos; y de la psicología oriental, que la capacidad para tolerar los opuestos en el cuerpo es un requisito previo para la iluminación, el mayor logro espiritual posible para la psique humana.
Echando la vista atrás, podría decirse que, tratamientos como el de Petra, me estaban demostrando que aumentar la capacidad de sufrimiento necesario de forma regulada, utilizando la mayor cantidad posible del contenedor corporal, puede ayudar a resolver los síntomas psicofisiológicos de forma sorprendentemente eficaz.
El ciclo, primero con miedo y luego con terror, duró casi cuarenta minutos, pero Petra finalmente se calmó. Quedó exhausta pero aliviada. Le informé acerca de los métodos adicionales que habíamos hecho durante la segunda sesión para gestionar su miedo, el estrés y la desregulación, y la animé a seguir practicando estas técnicas para controlar el estrés u otros sentimientos a medida que surgieran y tan a menudo como fuera posible. Remití a Petra a un colega local por si necesitaba ayuda, y también le pedí que me mantuviera informada de sus progresos a través de su tío. Probablemente conmocionada por la sesión, Petra tomó los datos de contacto de mi colega, aunque más tarde supe que nunca los utilizó.
Salí del país a la mañana siguiente… ¡Puede que rezara una o dos oraciones antes de partir! Por si no lo saben, existen pruebas de la eficacia de la oración, incluso en el tratamiento del cáncer. La investigación ha observado mayores índices de remisión entre los pacientes de cáncer por los que otras personas rezaban, que entre los miembros del grupo de control por los que no se rezaba.
Los ataques de pánico habían cesado
Tres meses después, el tío de Petra me envió un correo electrónico con muy buenas noticias sobre su sobrina. Quería compartirlas conmigo por teléfono. Embargado por la curiosidad y aliviado, le llamé en cuanto pude. Lo que tenía que decirme era muy positivo: Petra ya no tenía ataques de pánico, un síntoma que había persistido durante catorce años. Utilizaba las técnicas que había aprendido durante nuestras sesiones para evitar que le diera un ataque si sentía que estaba a punto de sufrirlo. Se sentía mucho mejor y más positiva con respecto a su vida. Ya no dormía tanto e incluso había empezado a correr con su padre. Le dije que me alegraba mucho de haber podido ayudar a una joven a avanzar en su vida.
La siguiente vez que vi a Petra en una sesión fue seis meses después, cuando volví a Holanda para impartir la segunda y última parte del curso. Era finales de noviembre y ya se palpaba el espíritu navideño. Solo la vi una vez durante este viaje. La sesión consistió sobre todo en ponernos al día y reforzar las habilidades que había aprendido en las sesiones anteriores. Había hecho cambios importantes en su vida: había dejado su antiguo trabajo y había encontrado uno nuevo que le gustaba más, seguía sin tener ataques de pánico y estaba trabajando con su psiquiatra para dejar todos sus medicamentos a finales de febrero. Su psiquiatra, intrigado por sus progresos, quería saber en qué consistían esos “ejercicios” que le había enseñado y que funcionaban tan bien.
Al final de la sesión, Petra me pidió que contara su historia a otras personas –e incluso me dio permiso para utilizar su nombre– para que otros también pudieran beneficiarse del “método”. Me conmovió mucho la sinceridad, la gratitud y la generosidad de esta joven extraordinaria.
La siguiente y última vez que hablé con ella fue en la primavera del año siguiente. Se había puesto en contacto conmigo a través de su tío porque estaba pasando por un momento difícil. Su abuelo acababa de morir. Yo estaba en Estados Unidos, así que hablamos por teléfono. Para entonces, Petra ya no tomaba medicación y seguía sin sufrir ataques de pánico. En general, se sentía mucho mejor. La pérdida de su abuelo, que siempre había sido una persona especial en su vida, había sido difícil para ella. Le dije que una pérdida así es una experiencia dolorosa. Lleva tiempo recuperarse y asimilar ese tipo de experiencia, y necesitamos el apoyo de los demás para superarla. No obstante, le dije que también podía utilizar las habilidades que había aprendido para afrontar el miedo para hacer frente a su tristeza.
Tras esto, trabajamos en cómo deshacer las defensas fisiológicas, como la constricción, que se forman fácilmente cuando aparecen emociones desagradables como la tristeza. También practicamos formas de redistribuir la tristeza de forma regulada desde la zona del pecho al resto del cuerpo, utilizando de nuevo las sencillas herramientas de la conciencia, la intención, el movimiento, el contacto físico con el propio cuerpo y la expresión. Esta vez, Petra aprendió de forma más consciente cómo, al trabajar de forma regulada para corporizar más plenamente una emoción desagradable como la tristeza, la convertía en algo más soportable, permitiendo que pudiera estar con esa sensación durante un periodo de tiempo más largo. Permanecimos sentados compartiendo la tristeza durante un rato.
Estaba a punto de terminar la sesión para prepararme para mi próxima cita cuando Petra me preguntó si tenía tiempo para ayudarla con otra cosa que le preocupaba. Me dijo que antes estaba deprimida, pero que ahora a menudo tenía tanta energía que no sabía qué hacer con ella, un nivel de energía que antes solo experimentaba cuando tenía ataques de pánico. Le expliqué que, cuando el cuerpo deja de ser sintomático y ya no está cerrado para defenderse de experiencias insoportables como las emociones, su energía queda libre y disponible para fines constructivos y de mejora de la vida. Le pregunté si se le ocurría algo en lo que pudiera utilizar su energía extra. Petra respondió que era interesante que le preguntara eso, porque había estado pensando en volver a la universidad. La animé a hacerlo. Incluso la presioné un poco diciéndole que los viejos síntomas podrían reaparecer si no utilizaba la nueva energía de forma constructiva.
Esa sesión telefónica fue la última vez que Petra y yo trabajamos juntas. Escribo “Petra y yo trabajamos juntos” en lugar de “yo trabajé con Petra”, porque creo que gran parte de su progreso tuvo que ver con su voluntad de aprender y de utilizar más su cuerpo como contenedor para lidiar con experiencias abrumadoras emocionales, así como con el estrés y la desregulación que las acompañaban.
Como un padre orgulloso, he seguido los pasos que Petra continúa dando en su vida a través de mi contacto con su tío: Tiene novio. Se ha graduado en la universidad. Tiene un nuevo trabajo. Tiene su propio apartamento. Ahora vive con su novio. Y lo último que oí, hace años, fue que Petra y su novio estaban haciendo un largo viaje en moto por un país asiático. Tengo curiosidad por saber si ese país es la India, de donde soy originario. Un día de estos, pienso averiguarlo.
Extraído del libro de Raja Selvam, Corporizar las Emociones: Guía Práctica para Mejorar los Resultados Cognitivos, Emocionales y Conductuales, publicado por North Atlantic Books. Copyright© 2022 de Raja Selvam. Utilizado con permiso de North Atlantic Books.